miércoles, 7 de enero de 2009

Cuarto kilo de armonía.

Tréboles camicaces se suicidan contra los cristales,
un sin fin de armónicos goteos tintinean,
resbalan y caen despacio
seduciendo la mirada,
un susurro siniestro remueve las ramas
y se transforma en aullido en las esquinas.

Mi libro se calienta en la estufa
mientras mis gafas enamoradas no paran de mirarlo
la manta se tumba descarada sobre mí,
y el sofá se relaja bajo el masaje de ir y venir de posturas.

La calma inunda el alma,
el frió aturde el mundo
mas allá de mi hogar.